En la sociedad peruana es común encontrar titulares periodísticos que aluden a mujeres que han sido agredidas, humilladas públicamente y en situaciones extremas han perdido la vida a manos de la persona con quien compartían una relación de pareja en cualquiera de sus formas. Mucha tinta y crítica social se ha invertido en los últimos años para tratar de comprender este fenómeno, pero seamos francos, este no es un problema actual, data de muchas generaciones de mujeres que vivieron bajo condiciones de violencia silenciada y legalizada por nuestras propias conductas.
Históricamente por el sólo hecho de ser mujer, ya estabas en condición de desventaja en el mundo, no podías expresarte libremente, menos acceder a una educación de calidad, profesionalizarse era un lujo que gozaron sólo las hijas de los liberales e intelectuales que se adelantaron a su época, poquísimas mujeres con bríos innatos que fueron opacados por una sociedad opresora. Lo más terrible era ser mujer-objeto de transacción familiar, prometidas desde niñas, intercambiadas por tierras, ganado o dinero, en suma una propiedad para quien pudiera pagarla. Sin educación, económicamente dependiente, emocionalmente disminuida y perteneciente a alguien, que éste le aleccionara a gritos, le mantuviera encerrada en casa, la obligara a sostener relaciones sexuales sin consentimiento, le volteara la cara de una bofetada o le propinara unos cuántos puñetes o patadas y le rompiera un hueso porque se le pasó la mano, pues era normal, quién le mandó a esa mujer descarriada no hacerle caso a su marido. Durante siglos las mujeres trasladaron a su conducta la normalización al miedo y la vergüenza, la violencia dentro del círculo familiar fue el secreto a voces motivo de orgullo, silencioso estigma mental, porque inconscientemente las mujeres lo avalaban “me lo merezco porque no sé comportarme como una buena mujer, discreta es mejor, yo me lo busqué”. Pobre de aquella que mostrara su rebeldía, rompiendo la cadena de violencia alejándose o denunciando, no sólo era repudiada por los varones, no, también lo era por las mujeres de bien, porque “cómo te vas a atrever a ventilar los asuntos de casa, de seguro va a terminar en un burdel, mala mujer”, porque las mujeres podemos ser muy crueles entre nosotras y ejercer violencia hacia nuestras congéneres es común por pura envidia. En casos extremos, los celos y las deudas de honor familiar justificaban la muerte de la mala mujer, porque no merecía vivir la manzana podrida que iba a infectar al resto de las señoritas y señoras decentes; no había sanción para el culpable porque estaba haciéndole un favor a la comunidad al limpiar la basura. Por duro que suene en términos coloquiales, esas situaciones se fueron trasladando y mutando en las generaciones futuras de mujeres que moldearon su comportamiento y la crianza de sus hijos a fortalecer marcados roles de género, con estereotipos que perennizaron y normalizaron la violencia.
Desde el año 1994 en la Asamblea General de las Naciones Unidas se aprobó la “Declaración sobre la eliminación de la violencia contra la mujer”. En 1999 a partir de una propuesta de la República Dominicana y 60 países adherentes, se declaró al 25 de noviembre como el “Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer”, esta iniciativa generada para recordar la muerte de las hermanas Minerva, Patria y María Teresa Mirabal, asesinadas el 25 de noviembre de 1960 por orden del dictador dominicano Rafael Leónidas Trujillo, del que eran opositoras políticas y cuya hermana mayor, Minerva, había resistido por años sostener una relación sentimental con el dictador; las conocidas “Mariposas Mirabal” se convirtieron entonces en el símbolo de la lucha contra la violencia de género en todas sus formas.
Esta conmemoración permite recordar que este problema es global y multifactorial con consecuencias devastadoras para el planeta, donde los delitos como la trata de personas, la violencia sexual y el feminicidio, así como las condiciones de violencia económica, psicológica, el acoso, la mutilación genital, constituyen graves violaciones de los derechos humanos que afectan al 70% de las mujeres de todo el mundo, según el Informe Mundial sobre la Violencia y la Salud publicado por la Organización Mundial de la Salud en el 2010, sin embargo, es preciso resaltar que aún resulta difícil obtener cifras exactas debido a la falta de registros formales comparables, así como la existencia de una cifra oculta porque las mujeres no denuncian, nuevamente caemos en cuenta que este tipo de delitos en muchos casos no son evidenciados, otra vez, el silencio cómplice que permite avalar la violencia.
En el último informe sobre el Índice de Desarrollo Humano (IDH) elaborado por el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) en el que incluye un indicador porcentual relacionado con la justificación de las agresiones físicas de la esposa, apreciándose que esta justificación de la violencia hacia las mujeres se encuentra presente sobre todo en países ubicados en los grupos de desarrollo medio (46.8%) y bajo (53.8%). Asimismo, se observa que las regiones con mayor porcentaje de justificación de la agresión se ubican en el Sur de Asia (51.9%) y África Subsahariana (54.7%). Las cifras explican formalmente lo que vemos en las noticias y enlaces en redes sociales, en la actualidad, en Africa y Asia las mujeres son aún presas de la violencia doméstica, cultural, política y a pesar de los esfuerzos de las instituciones y organizaciones de la sociedad civil, aún falta mucho trabajo por hacer en dichas comunidades.
Según la Organización Panamericana de la Salud, en el estudio “Violencia contra la Mujer en América Latina y el Caribe” realizado en el 2013, el panorama internacional de la violencia indica que entre 10% y 69% de las mujeres encuestadas señalaron haber sido agredidas físicamente por su pareja en algún momento de sus vidas. En el Perú a través de las cifras del Observatorio de Criminalidad del Ministerio Público, entre el año 2009 hasta octubre del 2016 se han registrado 902 feminicidios, es decir, la muerte de una mujer a manos de sus parejas, ex parejas o algún miembro de su entorno de confianza. Asimismo, 343 mujeres fueron víctimas de una tentativa de feminicidio, estas víctimas a pesar de sobrevivir a las agresiones, resultaron con lesiones o daños físicos y psicológicos por resto de sus vidas. Los principales móviles detectados para la comisión de estos delitos fueron los celos y la negativa a continuar con una relación sentimental enfermiza; a veces resulta difícil comprender que llega un momento donde la violencia ya no se puede soportar y se rompe con las agresiones sistemáticas y sostenidas, el feminicidio entonces, resulta ser el último eslabón de la cadena de violencia. Estas cifras sólo clarifican el horizonte, muchas ya murieron, la pregunta es ¿Qué vamos a hacer para salvar a las mujeres que actualmente son víctimas de violencia? seamos conscientes que hay mucho por hacer.
Por eso mujer peruana, te llamo a la reflexión y aunque suene trillado como simple publicación de redes sociales, ya no formemos machitos violentos y princesas indefensas. Permitamos el acceso a la educación universal para todas las niñas, porque una niña educada y conocedora de sus derechos, se convertirá en una mujer libre y hará escuchar su voz. Un niño criado en valores, que aprendió a respetar a las niñas de su entorno, se convertirá en un hombre que construirá sanas relaciones de pareja. Todas las familias tienen problemas, pero exponer a los menores a condiciones de violencia física y psicológica entre sus progenitores hará que validen la violencia como una situación normal para sus futuras familias. Rompamos los estereotipos, que niños y niñas disfruten de una crianza equilibrada, sin ridiculizar o satanizar el que disfruten de las muñecas como de los carritos, que asuman ambos responsabilidades domésticas como roles profesionales sin discriminación. Los valores se aprenden en casa y se refuerzan en la escuela con la instrucción de los educadores, quienes están llamados a crear un pensamiento crítico en sus estudiantes para que evalúen las condiciones sociales y paso a paso se pueda incidir en un cambio de mentalidad.
Tal vez nuestra generación aún evidencie mucha violencia en el ámbito familiar pero el desafío está en coadyuvar para mejorar la calidad de las relaciones entre los miembros de las familias y por ende de la sociedad en general mirando hacia el futuro, el cambio para las próximas generaciones está en nuestra manos, aquí y ahora. Si estás cansada de ver noticias de mujeres violentadas, titulares de mujeres muertas – y reconócelo – hasta te molestó el tráfico que ocasionó la marcha #NiUnaMenos, puedes iniciar con pequeños pasos realizados por ti y tu entorno cercano:
– Si eres víctima de violencia de cualquier tipo, toma conciencia, pide ayuda y denuncia. Rompe con el círculo de dolor.
– Si conoces a alguien que es víctima, ayúdala y orienta su camino hacia una salida oportuna para evitar que ella sea parte de las cifras.
– Si no conoces a fondo la historia de una mujer, no la juzgues, porque nadie más que ella conoce las razones de su conducta. Aconséjala pero no la destruyas con chismes, comentarios o juicios de valor, sé solidaria con tu género.
– Si eres madre y eres víctima de violencia, nunca traslades tu frustración a tus hijos, por ninguna razón. Los niños y niñas no merecen ser sacos de canalización de la ira. Protégelos.
– Rompe con los estereotipos de género. Deja que tu hijo juegue con muñecas, así aprenderá a cuidar a sus hijos e hijas en el futuro. Deja que tu hija tenga voz propia, que lidere, así podría aprender a dirigir una empresa multinacional.
– Dialoga con tu pareja sobre las veces en que su conducta te hace sentir vulnerable. Si te sientes agredida comunícaselo, y sé empática, construyan juntos una relación sana. Los varones no son el enemigo.
– En tu trabajo, ten iniciativa y proactividad, no tengas miedo a liderar, muestra tu capacidad porque gerenciar no es sólo para varones.
– Si eres emprendedora, brinda oportunidades a otras mujeres. Una mujer con empleo tiene autonomía económica y puede hacer frente a cualquier situación de violencia sin miedo a perder el sustento.
Parecen cosas sencillas, pero no lo son en lo cotidiano, requiere de un proceso constante de fortalecimiento de la confianza en una misma para romper con la violencia a la que estamos acostumbradas, no sólo es pintarse de chica súper poderosa, es realmente hacer un cambio en el comportamiento y la mentalidad. Ahora ya sabes que estás celebrando y por qué es tan importante. Si participamos con poco desde nuestro fuero personal contribuiremos en grandes cambios a nivel social. Gracias por leer y si te gustó compártelo para que otras mujeres sean parte de este cambio.
Zenaida Franco Mendoza
Economista – Especialista en Proyectos Sociales
sammy.franco@gmail.com